Cuando hace un par de años Philippe Gilbert puso fin a un lustro en el BMC, lo hizo fichando a la baja –en términos económicos– con Patrick Lefevere. No con Quick Step, no. Con Lefevere. En lo que el mánager calificó como el acuerdo más fácil al que ha llegado en su vida, sólo había una motivación. Un sueño. Gilbert consideraba entonces, y el tiempo le ha dado la razón, que sólo Lefevere y su estructura podían darle las herramientas para hacer realidad ese sueño de inscribir su nombre como vencedor en los cinco Monumentos del ciclismo. Cuando aterrizó, le faltaban tres. A la primera se llevó la Vuelta a Flandes. Ahora, tras su precioso triunfo en Roubaix, sólo le queda uno, la Milán-Sanremo.
Poco más de cien kilómetros y no pocos intentos se necesitaron para que se conformara la fuga del día. Un grupo numerosísimo, de 23 hombre, en el que se metieron nombres de gran calibre como Lampaert (Deceuninck-Quick Step), Trentin (Mitchelton-Scott), Küng (Groupama-FDJ), Theuns (Trek-Segafredo), Gougeard (Ag2r-La Mondiale) o Bodnar (Bora-Hansgrohe).
El pelotón, que hasta ese momento había echado abajo cualquier movimiento encaminado a poner tierra de por medio, permitió que se corte si tomara cuerpo gracias, en gran parte, a que todos los grandes equipos habían metido en él a algún representante, pudiendo permitirse el lujo de dedicarse a arropar a sus líderes ante el inminente inicio de los tramos adoquinados.
Pero, como siempre, todo aquello no era más que lo anecdótico, lo accesorio ante la que estaba todavía por caer. El pelotón, los 174 corredores que tomaban la salida desde Compiégne (no lo hizo Gaviria, que enfermó durante la noche), iba atacando sectores y cada vez eran menos los que aguantaban con los mejores. Una repetición, al fin y al cabo, de las 116 ediciones ya disputadas de este Infierno del Norte que cada año, siguiendo el mismo guion, nos depara carreras absolutamente distintas. Esa es, no cabe duda, la magia de una de las pruebas más sencillas del año: lo único que tiene que hacer el hombre que la quiere ganar es mantenerse sobre la bicicleta, siempre entre las primeras posiciones, sin sufrir ni un solo contratiempo y siendo el más fuerte de todos. Fácil, ¿verdad?
Pronto aprendió Wout Van Aert (Jumbo-Visma), uno de los grandes favoritos, que esas cosas son mucho más fáciles de imaginar, escribir o planificar que de hacer. Entraron, con Alexander Kristoff (UAE-Emirates) ya eliminado de la pelea, los mejores al Bosque de Arenberg, primer tramo cinco estrellas del día, y mediado el mismo el tricampeón del mundo del ciclocross, que salvó junto a Peter Sagan (Bora-Hansgrohe) una caída casi segura, sufría una avería en su bicicleta que le hacía salir de ese temido sector con 47 segundos de retraso respecto a la cabeza de carrera.
Remontó el belga en solitario para aprovechar un momento de relativa calma entre sectores adoquinados para cambiar de montura, pero mientras trataba de reengancharse con el pelotón se fue al suelo obligándole a una nueva remontada en la que, esta vez sí, encontró la compañía y colaboración de su compatriota Tiesj Benoot (Lotto-Soudal), que acabó, en plena vorágine, estampándose contra el coche de Jumbo-Visma a 75 kilómetros de meta diciendo adiós a cualquier opción de triunfo.
Nada tenía sentido en un momento de carrera en la que Van Aert, fortísimo, demostraba tener muy buenas piernas enuna carrera que, al menos sobre el papel, se le debe dar mucho mejor que la Vuelta a Flandes. El belga tuvo que invertir otros 20 kilómetros de esfuerzo absolutamente solitario para enlazar una vez más sin que desde el coche de su equipo se dieran por enterados de lo que estaba pasando. La escuadra neerlandesa no mandó parar a ninguno de sus hombres para ayudar a su jefe de filas, que finalmente enlazó con los mejores a poco más de 65 kilómetros de meta, justo cuando Peter Sagan, el más anónimo de los grandes nombres de esta primavera, se movía en cabeza por primera vez.
Pero no fue el eslovaco el que protagonizó el corte peligroso típico de esta fase de la carrera, sino que fue un activo y valiente Philippe Gilbert (Deceuninck-Quick Step) el que, en busca de su cuarto Monumento, trató de sorprender, como ya hizo hace dos años en Flandes, desde lejos. El belga se llevó a rueda a Nils Politt (Katusha-Alpecin) y Rüdiger Selig (Bora-Hansgrohe), el potente alemán que se infiltró en el trío dejando a su equipo como el que mejores cartas tenía en ese momento de la partida.
Evidentemente, el compañero de Sagan no iba a colaborar con Gilbert y Politt que, pese a todo, se vaciaban tratando de distanciar a un pelotón en el que apenas quedaban tres decenas de corredores a lo sumo. Fue entonces cuando un brillante movimiento de Iván García Cortina (Bahrain-Merida) y Wout Van Aert aceleró las cosas por detrás. El español y el belga saltaron justo antes del arranque del sector número doce, con sus cuatro estrellas. El corte, claro, era peligroso y eso obligó a Sagan a olvidarse de que tenía por delante a Selig y contraatacar en primera persona. Así, se formó un grupito de siete hombres en el que, a los tres ya mencionados, se unieron Yves Lampaert (Deceuninck-Quick Step), Luke Rowe (Sky), Christophe Laporte (Cofidis) y Sep Vanmarcke (EF-Education First).
Las cosas se estaban precipitando y entonces fue cuando García Cortina conoció la cara amarga de la carrera. Un pinchazo dejó al asturiano fuera de ese grupo de elegidos justo en el momento en el que, con 50 kilómetros por pedalear, Gilbert se quedaba en una incomodísima soledad en cabeza.
El valón decidió esperar a que le dieran alcance y entró en el temidísimo sector de Mons-en-Pévèle, segundo de los tres cinco estrellas del día, junto a su compañero Lampaert, Vanmarcke, Politt y Sagan. El movimiento no era, ni mucho menos, definitivo, pero los 45 segundos con los que el sexteto salió de Mons-en-Pévèle eran suficientes para encender todas las alarmas entre el grupo perseguidor, donde Greg Van Avermaet (CCC) y Oliver Naesen (Ag2r-La Mondiale) maldecían por haber dejado escapar el corte.
Siguendo la tónica de esta primavera, CCC no pudo meter a ningún hombre junto a su jefe de filas en ese grupo, por lo que fue el campeón olímpico el que se vio obligado a tirar en primera persona con la incómoda presencia de Florian Sénéchal (Deceuninck-Quick Step) a su rueda actuando de secante defendiendo los intereses de Gilbert y Lampaert.
La carrera entró entonces en una fase de relativa tregua. Por delante, pese a la superioridad numérica de los Deceuninck-Quick Step, los seis escapados colaboraban mientras avanzaban hacia el Carrefour de l’Arbre. A falta de cinco kilómetros para llegar a ese lugar clave, Philippe Gilbert lanzó un potente cambio de ritmo que sólo pudieron seguir, muy fácil, Sagan y, algo más difícil, Politt. Por detrás, Lampaert se quedaba atrapado por la táctica de equipo junto a Vanmarcke y Van Aert, que flaqueó cuando el portador de la tricolor belga probó a dejarle atrás para ir en socorro de su compañero de equipo.
Efectivamente, Van Aert no pudo seguir la apuesta de Lampaert, que, llevándose a Vanmarcke a rueda, acabó de cerrar el hueco en Campin-en-Pévèle volviendo a dejar a su equipo con las mejores opciones tácticas posibles aunque, eso sí, junto a un Sagan que se estaba mostrando tremendamente fuerte.
No fue en el Carrefour de l’Arbre sino en Gruson, el aparentemente inofensivo tramo de tres estrellas y 1.400 metros de longitud que sigue casi de forma inmediata, donde Politt, confiado en que la enorme vigilancia que se ejercían Sagan y Gilbert le pudiera beneficiar, lanzó su apuesta.
Quedaban 14 kilómetros para el velódromo y Gilbert, que veía que el sueño del cuarto Monumento se le escapaba, no lo dudó y salió a por el alemán. Y fue entonces cuando todo se hizo evidente: Sagan flaqueó, Vanmarcke no se atrevió y Lampaert, fiel escudero, sonrió a sus dos rivales recordándoles que, si se les ocurría la idea de llevarle a rueda hasta la cabeza de carrera, él no iba a tener problemas en rematar el fenomenal trabajo de su equipo.
Gilbert saboreaba la gloria, pero no las tenía todas consigo. Politt, 25 años de juventud frente a sus 36 de veteranía, era un hueso muy duro de roer. Además, con sólo 20 segundos entre los dos y el trío perseguidor, no era cuestión de empezar a remolonear y regalar la ventaja que tanto había costado construir.
Entraron los dos en el sector de Willems a Hem, el último real de la carrera. Por delante, sólo el anecdótico del Espace Crupelandt de Roubaix, esa alameda que desemboca en el vetusto anillo en cuyas duchas uno de ellos, el alemán o el belga, iban a tener el honor de colocar una placa con su nombre como nuevos ganadores de la clásica de las clásicas.
Politt trataba de dejar el mayor peso posible a Gilbert que, sabedor de las reglas de juego a estas alturas de su carrera, no renegaba más allá de lo estrictamente necesario. Por detrás, Vanmarcke, tan gafe como siempre, tenía que cambiar de bicicleta con cinco kilómetros por delante, lo que Lampaert aprovechó para dejar clavadísimo a Sagan y marchar en solitario a por los hombres de cabeza. Eso, claro, permitió a Gilbert levantar un poco el pie. Al fin y al cabo, si alguien les llegaba por detrás iba a ser su propio compañero.
Pero la suerte estaba echada y Gilbert, que algún día revelará si finalmente llamó a Tom Boonen en plena carrera o no, lo jugó sencillamente perfecto. Tiró de sangre fría frente a un Politt que encabezó toda la vuelta y media que ambos dieron al velódromo, pero nada pudo hacer para evitar que, por dentro, Gilbert le superara en ese siempre agónico sprint con el que se anotaba su cuarto Monumento y se queda a sólo uno de entrar a formar parte del reducidísimo grupo de hombres capaces de ganar, al menos una vez, las cinco mayores clásicas del mundo. Y sí, para redondear la fiesta, Lampaert completó el podio de una carrera en la que el wolfpack de Lefevere lo hizo, sencillamente, perfecto.
Clasificaciones Completas 117ª Paris-Roubaix (1.UWT)
Info: Ciclo 21
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