Sus 182 centímetros de altura imponen respeto. Alto, atractivo, con una de las plantas más envidiadas del pelotón, Marcel Kittel (Arnstadt, 1988) ha sido uno de los grandes dominadores de las volatas en la última década. En total acumuló 89 victorias, 14 de ellas en el Tour de Francia. También brilló en Giro y Vuelta. Pero, desde hace dos años, su espléndida sonrisa no se dejaba ver en cada final de etapa.
Acostumbrado a ganar aquí y allá, el alemán tan sólo levantó dos veces los brazos en 2018 al ganar dos etapas en la Tirreno-Adriático. El cambio a Katusha no le había sentado bien. Este 2019 tan sólo se abrochó el trofeo Palma, en mayo avanzó que se tomaba un tiempo. Una decisión que hace unas semanas tornaría en definitiva.
«Lo dejo. No aguanto más. El ciclismo es un deporte hermoso, pero el deporte profesional es otra historia. Tienes que ser muy fuerte mentalmente para poder aguantar tanta presión», señalaba en Saitama durante el critérium que organizó el Tour de Francia en Japón. A muchos les cuesta entender como un sprinter de su categoría (a los velocistas se les presupone un carácter todavía más fuerte y chulesco que al resto de ciclistas) no se siente realizado teniéndolo todo para ser feliz.
«Si lo miras por eso lado lo entiendo. Tenía un buen contrato, conseguía victorias, me gusta el ciclismo, cuento con grandes amigos y una familia increíble pero hay muchas cosas que no se ven por detrás. No sólo hablo de esfuerzo. Este es el deporte más difícil del mundo. Hay días que corres casi ocho horas solo, incluso durante tres semanas seguidas. Estás todo el rato cansado, con dolores, y eso tiene un coste muy alto para tu cabeza. Cuando has ganado tanto no es fácil estar rachas sin llevarte nada si estás entrenando igual o incluso más. He sentido como la cabeza me iba a explotar», nos decía contrariado.
Y es que para ser deportista de élite parece que debes dejar el resto a un lado. «O el ciclismo lo es todo en tu vida o es muy complicado triunfar. Yo tengo el corazón en otros sitios y entonces es complicado estar sólo al cien por cien con las bicis».
Con un bebé en camino
Tras decidir colgar la bici a los 31, Kittel es «una persona nueva, estoy liberado». Se sentía en una cárcel: «Vamos a ser padres en breve, estoy disfrutando del tiempo que antes no tenía. Pasar más de 200 días al año fuera de casa son muchísimos. Ahora me estoy centrando en lo que es mi realidad. No quería ver crecer a mi hijo por Skype».
Una nueva vida que podría volver a unirse de nuevo con el ciclismo: «Quizá así, ahora no pienso en ello. Desde algún punto en concreto que no suponga tanto desgaste. Voy a seguir montando para mantenerme bien físicamente, incluso correré algunas pruebas pero nada de élite. Estoy estudiando. Me gusta mucho la Economía y pienso en montar algunos negocios. Sea lo que sea tengo claro ahora cuáles son mis prioridades». La bici, aquella herramienta que le daba la felicidad y le sirvió para brillar por el mundo y ganarse el pan de la manera que siempre soñó, acabó ahogándole.
«No la culpo a ella. El ciclismo es buenísimo y esto quiero remarcarlo. Es más una cuestión mental. Aguanté la presión durante unos años, pero mi cabeza dijo basta. Creo que he acertado con esta decisión porque ahora vuelvo a ser feliz». Kittel ahora vuelve a ser Marcel, como todos le conocían.
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